La primera reacción de muchos padres es: ¿ En qué he fallado ?. He sido un buen padre, nunca le he tocado, y siempre que ha necesitado algo de mí, lo ha obtenido, aunque haya tenido que hacer el mayor de los sacrificios, siempre lo ha tenido. Sea lo que sea nunca le dije que no.
Cada año aunmentan los casos de violencia doméstica producidas por menores que pegan a sus padres, a sus hermanos, e incluso a sus abuelos.
Son menores que carecen de valores. Para ellos todo vale con tal de obtener lo que desean. Ataques de ira como resultado de su frustración ante no obtener lo que quieren, como quieren y cuando quieren.
En una sociedad en la que el consumismo y la falta de respeto hacia los mayores prima, es evidente que se hace más sencillo que muchos menores aprovechen su "sensación de fuerza", para pegar y atacar a quien se le ponga por delante. Y les da igual si este es un familiar. Todo vale y es legítimo para ellos. Lo importante es que consigan lo que les apetezca.
Porque es eso, consequir lo que les apetece. Se mueven por unas apetencias que no fueron erradicadas en su momento y cuando llegan a la adolescencia y juventud parece que ya es tarde para que cambien esas "costumbres". Pero no nos engañemos, nunca es tarde para cambiar a mejor.
Los casos de violencia doméstica, como siempre, no son sólo cuestión de chicos, también, aunque en menor medida, los protagonizan las chicas.
En un estudio que realizó la Universidad de Castilla la Mancha con menores de entre 12 y 17 años, 7 de cada 10 casos eran chicos. Es decir, son más los chicos, pero eso no significa que no haya chicas violentas.
Esta ira tiene como resultado ataques con el uso de la fuerza, pero también maltratos psicológicos. En muchas ocasiones, según este informe, estos arranques de violencia finalizan cuando el menor ha conseguido lo pretendido, o bien ha abandonado el domicilio familiar.
El problema en muchas ocasiones es que el menor violento, según sus escala de valores, considera que la violencia y el uso de la fuerza es aceptable a veces y no sólo eso, los ataques de ira también son aceptables cuando se hartan.
Es decir, ellos mismos justifican su comportamiento, calificándolo de algo normal. Para ellos sus ataques son justificados por la excesiva autoridad de sus progenitores, la ausencia de independencia y autonomía, la incompatibilidad de caracteres y la persistencia del “discurso” de sus padres. Es decir, porque sus padres intentan comportarse como tales y educarles.
¿Pero, cómo parar a tiempo el comportamiento violento de mí hijo? . Si desde que son pequeños somos capaces de encauzar sus frustraciones, será mucho más sencillo que las acepten cuando sean mayores.
Parece algo de perogrullo, pero muchos padres a veces no lo entienden: el menor tiene que aprender y aceptar que no siempre se obtiene todo lo que a uno le apetece. Y en la medida en que esto lo aprenda, será mucho mejor para el.
Hay que exigir al menor que sea responsable. Que cumpla las normas establecidas en casa, porque el cumplimiento de estas normas es bueno para el.
Los horarios, sobre todo en ámbitos como el estudio o el ocio, son muy importantes. También por supuesto, requiere un esfuerzo y constancia por parte de los padres.
Pero también hay que tener siempre en cuenta la madurez y la edad del menor. Esto será básico para su educación. A veces explicarles las cosas nos ayudará a que el lo entienda, y no sólo eso, también ayudará el escucharle. Es decir, establecer vías de comunicación es fundamental. El se sentirá escuchado, y nosotros podremos entender mejor lo que siente.
En definitiva, para evitar que un menor se convierta en un violento debemos ser constantes en su educación desde que son pequeños. Premios y castigos. Cumplimiento de normas. El establecimiento de reglas, el enseñarle valores como el respeto a los demás, la generosidad, etc. ,aunque requiera un esfuerzo les ayudará a ser mejores personas.
Desde la Fundación Maia , siempre defenderemos que la inversión en educar a los menores en estos valores, es sin duda, la que mejores réditos dará de cara al futuro.